martes, 23 de noviembre de 2010

YO SOY EL QUE ME MIRA

No es fácil, después de mirarse durante cinco minutos al espejo, escribir lo que se ve de uno mismo.
Una salida rápida podría pasar por una mera descripción, destacando algunos rasgos, del tipo: “unos ojos oscuros, realzados por las cejas fuertes…” y agregando algunos toques poéticos como para darle sabor.
Pero acá estoy yo, y yo soy el que me mira, y el que me mira corre con algunas ventajas. Puede leer en mis rasgos, en mis gestos, diversos detonantes. Sabe que mi ceja levantada, y ese temblor en el párpado inferior de mi ojo derecho, responden a las uñas de Melón: un hermoso gatito de dos meses y medio que trepa por mi rodilla mientras escribo. Sabe que soy lento para escribir y que eso me molesta, por eso estoy serio. Sabe que sonrío poco porque no me gustan mis dientes y que sin estos bigotes mi sonrisa es la de un niño.
Me río de esto y por fuera de los bigotes aparecen los hoyitos delatadores. Entonces vuelvo a la expresión seria y no me la creo. Mi cara no es la de un tipo serio. Tampoco da los treinta años que tengo.
Pero ya estoy volviendo demasiado a ser yo, y no te olvides que yo soy el que me mira; ese que cree que sabe todo de mí, ese que tiene mis mismos ojos. Aunque mi ojo derecho lo tiene de su lado izquierdo, y eso es algo que él no puede ver. Una desventaja que corre de mi lado: la de no poder verme con mi ojo derecho en mi lado derecho.
Creo que me encerré…
Una segunda salida, un poco más lenta, podría ser un desdoblamiento del “yo”, como el que acabo de intentar, para no hacerme cargo de lo vueltero que soy.

Tomás Larrea
Taller Crónica Periódistica ECuNHi

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