miércoles, 17 de noviembre de 2010

MI INGRESO AL ECuNHi

Sabía que había elegido ese lugar, que no era una casualidad la que me había llevado hasta allí. El sol salió esa mañana, pero al llegar a la urbe porteña el clima había cambiado, el día se puso gris, ventoso, las hojas caídas de los árboles, signos del otoño, se envolvían en remolinos elevándose en el aire.      
Distraída por las peripecias llevadas a cabo para llegar a destino, sin advertir que me acercaba, me encontré invadida por una sensación de vacío en el estómago, unas cuadras antes. Una vez en la puerta de entrada, me detuve ante la inmensidad del edificio. Para ingresar tuve que empujar con las manos una pesada puerta de rejas, color negra. Al  primer lugar que se dirigieron mis ojos fue al cielo, que estaba casi tapado por las copas de los árboles, que se entrelazaban, como unidos, formando un techo, lo que me hizo imaginar, por un segundo, que no debería filtrar el sol por allí.
Percibí  mucho silencio y caminé por ese sendero, mirando esa especie de casa que se dispone a lo largo de él. Mientras en mi mente se cruzaban imágenes, incesantemente, de distintas personas que habrían pisado ese mismo suelo, en tan distintas circunstancias. Las  sensaciones se volvían indescriptibles, producto de su intensidad. Las emociones parecían confundirse. Los metros del sendero no eran tantos y sin embargo los pensamientos se multiplicaban. De  esta forma, he intentando describir mi primer ingreso al ECuNHi. El primero, de otros que se sucedieron, distintos todos, ya que cada vez que cruzo esa pesada reja, nunca, pero nunca, lo hago de la misma manera.
Eliana Expósito
Taller de Crónica Periodística ECuNHi

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