sábado, 26 de marzo de 2011

APOCALIPSIS

(Una catarsis sobre la bronca de la naturaleza, o sobre la estupidez humana)

Enfermedad actual sufrida por los temerosos y temerarios de ayer, de antes de ayer, del año pasado, del fin del pasado siglo y del fin del milenio y de los milenios. Virus que se introduce en el carácter del humano por la pésima conducta de mentirosos profetas y mensajeros, voceros de algún temerario supremo inventado por cada una y todas las civilizaciones de este gran planeta, que achican los cagones con fines del mundo, fines de la humanidad mediante caballeros celestiales que dominan la vida humana desde sus templos y castillos, pero en la tormenta universal del pensamiento vulgar de la plebeyada, gracias a santas palabras divinas escritas por seres religiosos.
Lo que no se da cuenta la payasada es que este apocalipsis lo estamos produciendo nosotros con nuestra súper evolución productiva expansiva y explosiva.
Si no, pregúntenle a Bush si le dolió más invadir y matar enemigos en Medio Oriente, o Katrina. O  los japoneses con su veta volcánica polinesia.
Tsunamis más tsunamis, más tsunamis; huracanes, más huracanes, y más huracanes. Erupciones y más erupciones y más erupciones.
Si exageramos el apocalipsis no es por divinas palabras, sino más bien por la estupidez humana.

Adrián Camacho

APRENDÍZ DE BRUJO

Un salón atestado de gente un sábado a la noche. Se entremezclan todas las edades: más jóvenes, mediana edad y entraditos en años o sea cincuentones, como quien escribe.
Todos hemos sido atraídos por la convocatoria al 1° Festival de Blues de Buenos Aires.
La música tiene esa capacidad, entre otras, de reunir a un público heterogéneo alrededor de un determinado género. En este caso el blues es la excusa por la que una cantidad de personas se movilizan un sábado, de una noche de verano, hasta el corazón histórico de la ciudad, el barrio de San Telmo.
El lugar, un club, como se autodenominan, en donde en un salón con capacidad para 700 personas se aglutinan los espectadores, sentados alrededor de pequeñas mesas, frente a un escenario preparado para que las bandas musicales puedan desplegar su arte, la música, para quien lo quiera escuchar, y pueda pagar la entrada.
Para sorpresa de los concurrentes, no era fácil conseguir una ubicación aceptable que permita disfrutar del acontecimiento. Es La primera vez que se hace una invitación de esta naturaleza, con una repercusión numerosa.
Con un poco de demora, respecto del horario anunciado, se da inicio a la función. 
El blues, en distintas versiones, se va sucediendo en variadas interpretaciones, una voz femenina solista, acompañada de una guitarra hace gala del inicio. La siguen otros artistas, bluseros, todos ellos, dando muestras de su arte.
El plato fuerte, anunciado, el maestro Botafogo y su banda. Los últimos en hacer su aparición en el escenario. Una buena sucesión de músicos vienen augurando lo tan esperado. Botafogo hace su aparición junto a otros músicos de su estatura, con un look que lo hace parecer más a Ernesto Cardenal que a un blusero de Memphis.
No es un aprendiz, es un brujo que con sus acordes, su despliegue musical, como una poción mágica nos cautiva, nos atrae, nos enamora. 
Aprendiz de brujo no es solo el título de la fantástica obra de Dukas, aprendiz de brujo es lo que pensé cuando increíblemente suenan esos acordes que atontan con su vibración. Un aprendiz, un practicante que casi podría llevar el título completo de “brujo” por el efecto que produce en su alrededor, cautivante con su hechizo, ejecuta su don, el de desplegar sus acordes pero también el    de apelar al colectivo, el de los músicos con quienes comparte el escenario, el del público al que convoca a cantar, el de los otros músicos que lo precedieron, el recuerdo para los que no están, el agradecimiento por la convocatoria.
Un brujo que ejecuta cada vez mejor su arte, el de establecer esa secreta comunicación con los otros; él lo sabe muy bien, un músico depende no solo del acompañamiento de los otros músicos sino de un público que lo reconozca, ese que se lo ha hecho saber este sábado asistiendo, hasta reventar, a la Trastienda, y entonces no olvida que su virtud también depende de ello y lo devuelve en un gesto de reconocimiento a los 700 asistentes que lo agradecen.
Sencillamente, ¡¡¡gracias por la magia!!!!

Vivian Palmbaum